SI EL ESTADO NO FUERA UNA ORGANIZACIÓN OPRESIVA, NO HARÍA FALTA DERECHOS.
Ponencia ofrecida el 7 de abril de 2025 en la «Lección Magistral: Derechos Civiles en Puerto Rico desde una perspectiva crítica.
Quiero comenzar por agradecer a Gabriel Reyes Rivera y a la Organización que preside, no sólo por la invitación, sino también por abrir un espacio para tener estas conversaciones. Debo confesarles que he ofrecido muchas conferencias, sin embargo, esta es mi primera lección magistral. Así que les pido que me excusen si, en algún momento, me aparto de la formalidad.
La verdad es que quienes me conocen, saben bien que detesto la formalidad y las jerarquías, quizás por eso es que recibí esta invitación. Aprovecho también para agradecer a la Directora del Departamento de Ciencia Política, la Dra. Mayra Vélez por haber insistido en que ofreciera el curso “Derechos Civiles en Puerto Rico” durante este semestre, sacándome de mi zona de confort y retándome a ir más allá.
Como saben, lamentablemente soy abogada, pero una abogada que aborrece el Derecho y la educación legal formal. ¿Raro? No tanto. Hay unes cuantes como yo por ahí. Pienso que la educación legal, tal como la conocemos, no sólo es anacrónica, también es perjudicial. Que en pleno Siglo XXI, el Derecho se siga enseñando de la misma manera y bajo los mismos parámetros del Siglo pasado, me parece una barbaridad. Me refiero a esa metodología sumamente opresiva de leer casos, memorizar doctrinas, y repetir escrutinios, para luego vaciarlos, bajo presión, en una libreta contestando una pregunta que comienza con “Discuta, analice y fundamente”. O, en otros casos, enfrentarse a una hoja interminable de cincuenta o cien preguntas de selección múltiple, muy parecidas entre sí y diseñadas específicamente para fallar cuando se responde. Esa fue, con muy contadas excepciones, la educación legal que recibí, y la que se sigue ofreciendo. Claro, sobreviví, me gradué con un promedio muy bueno, y pasé la reválida. Sin embargo, eso únicamente prueba que tengo habilidad para memorizar información y contestar un examen en condiciones de mucha presión, no que la educación que recibí fuera una buena educación, por lo menos dentro de lo que concibo como una “buena educación”.
Bien, nunca he querido eso para mis estudiantes. No quiero que se acostumbren ni normalicen la opresión, ni la competencia, ni la violencia. Prefiero, en cambio, que puedan cuestionar, retar, criticar, debatir, y reconocer qué hay detrás de una institución como el Derecho como así también colaborar en un proyecto común y aprender a establecer mecanismos para resolver sus conflictos sin tener que recurrir a la “autoridad”. Eso no siempre fue así, requirió mucha introspección y trabajo conmigo misma. Todos los días aprendo o descarto algo, se trata de ensayar y encontrar lo que nos funciona, y sobre todo reafirmarnos en nuestros principios en los momentos en que quiero caer en el clichoso “este chiques ya no leen”.
Pero esto no es una lección de pedagogía, sólo lo menciono para contarles que el ver varios modelos de prontuarios de cursos sobre Derechos Civiles me enfrentó con aquello que no quería hacer ni ser. Por eso, desde que dije que sí, como canta Joaquín Sabina, pasé 19 días y 500 noches pensando cómo podía ofrecer el curso de una manera que estuviera alineada a mis valores. Cuando hablo de valores, me refiero específicamente a un compromiso radical con una educación transformadora, como diría bell hooks, una educación para transgredir, no para aceptar pasivamente el status quo. Bajo ninguna circunstancia quería transmitirle a todes eses jóvenes en el salón, que las cosas son así y hay que aceptarlas, aprenderlas y repetirlas, sin más. Eso lo dejó clara Hannah Arendt, posiblemente la filósofa política más importante del Siglo XX, pensar es lo que nos hace propiamente humanes, renunciar a pensar es renunciar a nuestra humanidad.
Lo primero que hice fue llamar a la amiga, camarada, colega, la imprescindible Annette Martínez Orabona, hoy directora de la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU), una incansable luchadora por los Derechos Humanos, para pedirle consejo. Annette, con la ternura que la caracteriza me dijo algo así como “bueno, yo siempre prefiero hablar de Derechos Humanos”, y claro que tenía toda la razón, pero la clase era sobre Derechos Civiles y ante un grupo de estudiantes cuya mayoría tiene la expectativa de llegar a la Escuela de Derecho. ¿Cómo entonces podía ofrecer ese curso sin que se convirtiera en un curso de recitar escrutinios? Sobre todo, porque como acertadamente señaló James Baldwin, no puedo creer lo que dicen porque veo lo que hacen.
Mientras peleaba con clasificaciones como Derechos Civiles, Derechos Humanos, y Derechos Constitucionales, pensé en Vieques. Tengo una relación estrecha con Vieques, una relación de amor a primera visita diría, que me ha permitido observar directamente las violaciones de derechos, de toda las cajitas clasificatorias posibles, en esa comunidad. Una comunidad que, a pesar y en contra de todo, sigue luchando por su derecho a permanecer y en contra del despojo territorial que comenzó con la expropiación de dos terceras partes de la Isla a manos de la Marina de Guerra de Estados Unidos entre el 1941 el 1943. Decidí entonces que compartiría con mis estudiantes asuntos de escrutinios estrictos, mínimos, balances de intereses y otros estándares de análisis jurídico, pero lo haríamos a través de la Petición por violación de derechos Humanos que residentes de Vieques presentaron ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en contra del gobierno de Estados Unidos. El caso se llama Zaida Torres y otros v. Estados Unidos. Aprovecho también para agradecer a Zaida no sólo su tenacidad y valentía, sino, además, por haberse convertido en una amiga, maestra, compañera, camarada, y modelo a seguir en esto de soñar y construir otro mundo posible. También a la Alianza de Mujeres Viequenses, La Colmena Cimarrona, el Festival de Cine de DDHH de Vieques, entre tanta otra gente y organizaciones que construyen futuro. Volviendo acá, me pareció una buena forma de combinar lo que conversaba con Annette sobre DDHH con los derechos civiles en Puerto Rico, la relación colonial con los Estados Unidos y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Claro, pero antes de llegar a Vieques teníamos que hablar de ese concepto de derechos civiles. Su origen, las motivaciones, sus vínculos con el Estado, entre otros asuntos. Usualmente, en los cursos, se habla del Bill of Rights Británico, la Declaración de Independencia de EU, y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en suma, de los referentes liberales. Y claro, pensemos que durante la Ilustración, ya se cocinaba a fuego lento el surgimiento del Estado liberal como nueva forma de organización política de las comunidades humanas.
Los británicos que formaban parte de los asentamientos coloniales en Isla Tortuga, lo que hoy conocemos como Estados Unidos, influenciados por la Ilustración, reclamaban el derecho al autogobierno en los territorios invadidos, por ejemplo. Por eso, pienso que esos instrumentos son buenos para poner de manifiesto quiénes quedaron fuera del manto protector de esos derechos y darnos pistas de lo que se estaba cocinando en el slow cooker del capital.
Ahí entonces, incluí dos eventos fundamentales, la Declaración de Derechos de la Mujer y la Ciudadana, pero, sobre todo la Revolución de Haití, que no sólo se conviritó en el primer territorio independiente de Abya Yala, además fue la única revolución antiesclavista, antirracista y no burguesa. Fueron las personas negras esclavizadas quienes la lideraron, y allanaron el camino hacia la abolición de la esclavitud. Digo esto porque muchas veces se tiende a decir que fueron los abolicionistas blancos quienes abolieron la esclavitud. Eso no sólo no es cierto, sino que invisibiliza la politización, organización, y radicalización de las personas negras y esclavizadas que permitieron abolir, aunque sea nominalmente, una institución supremacista, colonial, racista, y por supuesto, profundamente desigual. Lo menciono porque no concebía la posibilidad de ofrecer un curso sobre Derechos Civiles en Puerto Rico, sin hablar de colonialismo, supremacismo, capitalismo y heteropatriarcado. Y es que me parece imposible comprender la necesidad de construir un concepto como el concepto de “derechos civiles” sin comprender las razones por las cuales esa creación se tornaba indispensable, y no necesariamente para las personas.
Y es que los derechos civiles nunca han sido concesiones del Estado, sino, más bien, el alter ego necesario para que una institución opresiva como esta, basado en el colonialismo, el supremacismo, el heteropatriarcado y el capitalismo, pueda concebirse como una forma de organización política “legítima”, y cuando digo legítima, lo digo entre comillas, porque me cuesta mucho pensar como legítima un tipo de organización que se basa en esos pilares. Entonces ¿Cómo hablar de derechos civiles sin cuestionar las estructuras de poder y examinar cómo son estas mismas estructuras las que necesitan los derechos para poder funcionar? ¿Cómo no discutir la aplicación desigual de estos estándares de “justicia”, también entre comillas, que han históricamente excluido y marginado a grupos vunerabilizados a base de su sexo, raza, etnia, género, clase, identidad de género, origen nacional, orientación sexual, capacidades, entre otras capas que construyen el sistema en el que vivimos? ¿Cómo no hablar de supremacía, concepto que se ha utilizado desde la conquista e invasión para justificar el colonialismo y los genocidios? No sólo sería un ejercicio miope, además contribuiría a sostener y legitimar un sistema inherentemente injusto.
Habrá quienes planteen, como me dijo un amigo español hace algún tiempo, “tía, ya han pasado 500 años desde entonces” pero no, el colonialismo, la supremacía, el capitalismo, el heteropatriarcado que nos impuso Europa con su invasión, está vivo y coleando, y sufrimos sus estragos en nuestras cuerpas y cuerpos, en nuestra salud mental, y en nuestro espíritu todos los días. Que hayamos normalizado la opresión, aprendido a sobrevivir, digo quienes podemos porque muches no pueden, no quiere decir que sea cosa del pasado. Y el Estado, siempre astuto, siempre con mecanismos para autopreservarse, nos ha dicho que la mejor forma de canalizar nuestros reclamos de justicia frente a un sistema sumamente opresivo, es la búsqueda y consecución de derechos. No el desmantelamiento del sistema opresivo, no, es la búsqueda de derechos.
Sin embargo, hoy asistimos en vivo y directo al desmantelamiento de aquellos derechos que dábamos por sentados, como los programas de diversidad, equidad e inclusión. El 31 de marzo, hace apenas una semana, la Junta de Gobierno de esta institución tomó la determinación de dar por terminado el Comité Especial de Accesibilidad, Diversidad, Inclusión y Equidad en cumplimiento con la política pública del Gobierno de Estados Unidos, según dijeron. No sé ustedes, pero yo he compartido el salón con personas jóvenes cuyas familias les dejaron sin hogar por su orientación sexual o identidad de género, y así, como sus familias les descartaron, hoy también lo hace la Universidad.
Por eso, estoy convencida que el análisis de los Derechos Civiles que nos acerca al mundo en el que merecemos vivir, tiene unas perspectivas muy definidas: es transfeminista, antirracista, anti-colonial y, por supuesto, anti-capitalista. Son esas perspectivas las que nos permitirán entender que la lucha por los derechos civiles será continua hasta que no logremos la descomposición del sistema en que vivimos, para que nos sirva de abono a ese mundo justo e igualitario con el que muches soñamos.
Como mencionaba al principio de esta lección, a menudo se mencionan la Declaración de Independencia de Estados Unidos y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano como documentos fundacionales de los derechos civiles. Se enfatiza en cómo proclamaron la igualdad, el derecho a la vida, la búsqueda de la felicidad, la libertad, la resistencia a la opresión, entre otros, como derechos inalienables. Sin embargo, como les comenté, esos pilares fueron los cimientos de la construcción de una organización basada en el colonialismo, la esclavitud, el hetero-patriarcado, el extractivismo, y, posteriormente, el capitalismo, elementos que confluyen en la organización que llamamos Estado. Frente a la construcción del Estado como una organización para mantener la supremacía, por mucho tiempo -y podríamos convincentemente argumentar que hasta el día de hoy- los derechos fueron prerrogativas de los hombres blancos, casi siempre propietarios, donde las mujeres, las personas esclavizadas y los pueblos originarios de los territorios que invadieron y colonizaron, no se consideraban parte de la ciudadanía. Claramente, esto pone de manifiesto cómo la supremacía ha regido históricamente la configuración del Estado moderno. La supremacía blanca, la supremacía masculina y la supremacía del capital, sirvieron de gatekeepers de los “derechos”. Los colonizadores y los burgueses conocían muy bien la naturaleza opresiva y desigual del Estado, por eso, reservaron para sí, sólo para sí, aquellas prerrogativas que llamaron derechos y que hoy estudiamos como antecedente de los derechos civiles modernos. A veces pensamos que eso fue hace muchos años, pero no, sólo pasaron 250 desde la declaración de Independencia, sí, eso fue los otros días considerando que venimos habitando este planeta desde hace más o menos 200,000 o 300,000 años. Incluso la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, donde Olympe de Gouge, que desafiaba la exclusión de las mujeres de la Declaración de los Derechos del Hombre, no incluía a todas las mujeres.
Por eso, cuando hablamos de derechos civiles, sobre todo en el contexto puertorriqueño, prefiero hablar de la Revolución de Haití. Una revolución que fue un levantamiento de personas esclavizadas que, como les comenté al principio, condujo en el 1804, al nacimiento de la primera república negra libre y antiesclavista del mundo, quince años después de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, y que influenció las luchas antiesclavistas en los otros territorios invadidos y colonizados, incluyendo Puerto Rico, donde los colonos españoles, nos cuenta Fernando Picó, aumentaron todas las medidas de control, entiéndase medidas represivas, para evitar que se diera una revolución similar liderada por las personas esclavizadas y personas negras libres. Medidas que incluían castigos severos y ejecuciones públicas.
Claro está, la elite local también se sintió influenciada por las ideas de libertad y autogobierno pero mirando a Europa y a Estados Unidos, lo que contribuyó al desarrollo de movimientos revolucionarios que en buscaban autonomía y derechos pero sin necesariamente cuestionar la esclavitud como sistema económico ni al sistema inherentemente opresivo. Pero regresando, porque esta conferencia tampoco pretende ser una clase de historia, traigo este asunto para establecer cómo el Estado ha canalizado las luchas por la justicia social en la doctrina de los derechos para así preservar y reforzar una organización política opresiva y basada en la desigualdad. A Haití, hoy ocupada, saqueada, deshumanizada con la complicidad de lo que llamamos comunidad internacional, el colonialismo y el supremacismo, las potencias nunca le perdonaron que desafiara la esclavitud y que comunicara una idea transformadora y revolucionaria entre las colonias y a Estados Unidos: la libertad debe ser para todes, y es posible lograrla.
Raramente, en espacios hegemónicos y tradicionales, se menciona la importancia de la revolución de Haití para inspirar y conectar las luchas de los pueblos colonizados, oprimidos, y esclavizados. Fueron las personas negras libres y esclavizadas, fue la influencia de la Revolución de Haití, las que pusieron de manifiesto la deshumanización que conllevaba la esclavitud y la posibilidad de abolirla. La que insipiró la prohibición del comercio de personas esclavizadas y la abolición de la esclavitud, fueron procesos largos y complejos de organización y lucha, no concesiones del Estado. En nuestro caso, España fue una de las últimas potencias europeas en abolir la esclavitud en sus colonias, hace 152 años, la esclavitud aun era legal en Puerto Rico, y por mucho tiempo más fue legitimada mediante sistemas que aunque no se clasificaban como esclavistas, no distaban mucho de ello, el régimen de la libreta es un ejemplo de ello.
Por eso, el surgimiento de y la lucha por los derechos civiles, no se puede desligar del colonialismo, la supremacía, el hetero patriarcado y el capitalismo. La riqueza colonial tuvo un origen específico: no fue el trabajo duro de los colonos que asesinaron y desplazaron a los pueblos originarios para asentarse en las tierras que ocupaban, fue el trabajo esclavizado y el despojo territorial, élites e identidades nacionales que se beneficiaron de un sistema opresivo que operaba a base del supremacismo, a pesar de que en ese momento, ya se hablaba de derechos, libertad, autodeterminación, y justicia dentro de las elites locales que se beneficiaban de esas instituciones.
Elites que en el caso de Puerto Rico, lograron la autonomía de España justo antes de la invasión de Estados Unidos. Claro, una autonomía para unos pocos, hombres blancos y propietarios, que buscaban consolidar su poder para reproducir las mismas estructuras opresivas heredadas del colonialismo. Debe ser por eso que mientras Estados Unidos invadía Puerto Rico, un movimiento de resistencia conocido como Los Tiznados, a menudo criminalizados y demonizados, aprovecharon la invasión para enfrentarse a los peninsulares y lograr que abandonaran la Isla para así ocupar y redistribuir las propiedades abandonadas a la vez que resistían la nueva invasión colonial. Digamos que fue un tipo de “que se vayan ellos” de finales del Siglo 19, fuertemente reprimido por el gobierno militar.
Mientras esto sucedía en Puerto Rico, dos años antes de la invasión, el Tribunal Supremo de Estados Unidos, confirmaba la legalidad de la segregación racial en el infame Plessy v. Ferguson. Estaban convencidos que era válido separar a las personas negras de las personas blancas, en lo que fue la doctrina de separados pero iguales y las infames leyes Jim Crow instituidas principalmente en el sur, pero también implementadas en el norte. Tomó 68 años acabar formalmente con la segregación racial, digo formalmente porque de facto sabemos que no se ha acabado, sino basta con pensar en Breonna Taylor, una joven negra de Kentucky, que fue asesinada por la Policía el 13 de marzo de 2020 mientras dormía o, el caso más reciente, el de Aneysha Crespo Mandry, una mujer negra, que recibió de un policía dos descargas eléctricas de un taser cuando ya había sido arrestada y estaba inmovilizada. A pesar del derecho a un juicio justo y a la igualdad ante la ley, las personas racializadas, en particular las personas negras y empobrecidas, llenan las cárceles y reciben sentencias más severas por delitos similares en comparación con las personas blancas.
O podemos caminar por los barrios más privilegiados para comprobar que son casi exclusivamente blancos, o caminar por los sectores más empobrecidos para también comprobar que son sectores racializados. A pesar de las leyes contra la discriminación en la vivienda, la segregación residencial persiste y las personas racializadas, especialmente las personas negras, tienen menos probabilidades de obtener una hipoteca o alquileres en ciertas áreas . Queda claro que los derechos formales no siempre se traducen en igualdad de acceso y resultados. El el racismo estructural y la desigualdad económica son intrínsecas a la organización que reconoce derechos: al Estado.
Así, que mientras legalizaban la segregación racial, institucionalizaban las leyes Jim Crow y seguían beneficiándose del trabajo cuasi-esclavo o esclavo de las personas negras, en Puerto Rico instituían un gobierno militar con el pretexto de estabilizar la situación en el Archipiélago, poniendo de manifiesto, una vez más, que aquella autonomía y soberanía que reclamaron en 1776 era una excluyente, cimentada en la supremacía. Supremacía que también era la gatekeeper de aquellas prerrogativas llamadas derechos civiles.
La supremacía racial que justificaba la doctrina de separados pero iguales, también justificó la que dispuso que sólo los derechos considerados fundamentales en la Constitución de Estados Unidos, se extenderían a Puerto Rico, porque aunque Puerto Rico pertenecía a Estados Unidos en virtud del Tratado de París, no era parte de, por lo tanto no se podía extender automáticamente los derechos constitucionales que cobijaban a los continentales, bueno, a algunos continentales, ¿les suena hombres blancos? Posteriormente llegaron la Ley Foraker y la Ley Jones, impuestas, claro está y que, sin duda, reforzaron el carácter colonial de la relación entre Puerto Rico y Estados Unidos, y que aún hoy, por ejemplo, nos obliga a que toda mercancía que llega al Archipiélago, llegue exclusivamente a través de la Marina Mercante de Estados Unidos, encareciendo notablemente nuestro costo de vida y dificultan cada vez más vivir en el Archipiélago.
Hago este limitado recuento para entender el rol de la supremacía, el colonialismo y el capitalismo en la definición y desarrollo de lo que llamamos derechos civiles, tanto para quienes vivimos en Puerto Rico como para las personas negras y racializadas en Estados Unidos y aquellos sectores llamados minoritarios. También para recalcar que mucho tiempo antes de la abolición de la esclavitud o la invasión de 1898, se venían forjando movimientos de resistencia que allanarían el camino para el Movimiento por los Derechos Civiles del Siglo 20 como para los Movimientos para la Descolonización en Puerto Rico. Para que Rosa Parks, que dicho sea de paso no era una señora mayor cansada, sino una activista antirracista, rechazara sentarse en la parte trasera de una guagua de Montgomery, fue necesario que Sojouner Truth se plantara frente a las mujeres blancas en medio de la Convención sobre los Derechos de las Mujeres, a preguntar si acaso ella no era una mujer, como ejemplo de todas las mujeres y hombres esclavizados que hicieron posible la abolición de la esclavitud, o una Lolita Lebrón que disparó en el Congreso Estadounidense mientras gritaba “Viva Puerto Rico Libre”, o una Marsha P. Johnson y una Sylvia Rivera, mujeres trans, negra y puertorriqueña respectivamente que resistieron la brutalidad policial que sufría su comunidad.
Hoy, nuestra Constitución -colonial, por cierto- tiene un catálogo de derechos individuales que atesoramos profundamente, muchos de ellos extendidos por el Tribunal Supremo a grupos vulnerabilizados e históricamente marginados luego de años de luchas y litigio. Sin embargo, el 5 de abril de 2022, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos admitió la petición de Zaida Torres y otros v. Estados Unidos porque consideró que la mayoría de los reclamos de los y las residentes de Vieques relacionados a los daños provocados por la Marina de Guerra en la Isla Nena, tienen fundamentos y, de ser corroborados, podrían constituir violaciones al derecho a la vida, la libertad, a la seguridad e integridad de la persona, al Derecho a la constitución y a la protección de la familia, el Derecho a la protección de la maternidad y de la infancia, el Derecho a la preservación de la salud y al bienestar, el Derecho de Justicia, Derecho a petición, el Derecho al trabajo y a una justa retribución, y el Derecho de libertad de investigación, opinión, expresión y difusión. Es decir, el colonialismo supremacista al que está sujeto Puerto Rico por parte de Estados Unidos, no se puede desligar del desarrollo o no de los Derechos Civiles en el Archipiélago, pero más allá de eso, es también el pilar donde está fundamentado nuestro sistema político. En primer lugar, porque es una aporía hablar de derechos civiles en una colonia, y en segundo lugar porque el interés de enmascarar nuestra realidad colonial por parte de quienes se benefician de ella, ha creado una pantalla donde los reclamos de justicia de los movimientos sociales rebotan y regresan en forma de derechos. Derechos que en última instancia son ficciones o ilusiones, sumamente frágiles por cierto, que refuerzan un sistema inherentemente opresivo y desigual.
Con esto no quiero decir que no es importante tener derechos, por supuesto que lo es dentro de un sistema basado en la supremacía, el colonialismo, la explotación, el heteropatriarcado. Sin embargo, es imprescindible tener claro, que en una sociedad desigual, los derechos no igualan, como nos han contado, se ejercen en la de medida de nuestros recursos económicos, simbólicos, raciales, sexo-género, capacidades, origen nacional, condición social, por mencionar algunos, y en última instancia son mecanismos que tiene el Estado para mantener y fortalecer su existencia. Aunque existen leyes contra el discrimen en el empleo, por ejemplo, las disparidades salariales basadas en raza, género y origen étnico siguen siendo significativas. Por ejemplo, las mujeres y las personas negras a menudo ganan menos que los hombres blancos por el mismo trabajo.
Y para estar clares, mientras estamos reunides aquí, hablando de derechos civiles, hay una persona -o varias- privada de la libertad que será excarcela y no tiene una vivienda donde ir, o varias familias en Maricao que hace 10 años no tienen energía eléctrica, u otra persona que va a parir en Vieques y no tiene sala de parto, o un vecine, también de Vieques, que le están diagnosticando algún tipo de cáncer, o un Proyecto de Ley que utiliza la libertad religiosa como pretexto para discriminar contra las comunidades LGBTTQIA+ o me está llamando una persona desesperada porque un hijo, o una madre que están privado o privada de la libertad, no reciben el tratamiento farmacológico que necesita para su condición de salud mental y temen que puedan atentar contra sus vidas.
Por eso, una pregunta fundamental que me hago y les hago es si en lugar de enfocarnos la lucha por los derechos civiles dentro de un sistema de opresión, no deberíamos enfocarnos en desmantelar este sistema inherentemente desigual que llamamos Estado y construir una comunidad donde los derechos no sean necesarios, porque hemos logrado descomponer lo que lo sostiene: el Estado colonial, supremacista, capitalista, y heteropatriarcal.
Sugiero esto porque pienso que es indispensable ser conscientes de que aunque la lucha por los derechos civiles, es decir por aquellos que se reservan a la ciudadanía en tanto personas privadas diferenciadas del Estado, ha sido instrumental para retar la exclusión y el discrimen de grupos históricamente excluidos o marginalizados, es también cierto que esos logros, y el momento político que vivimos valida lo que voy a decir, además de ser frágiles, no han logrado disminuir la violencia sistémica que justamente proviene del Estado. Hoy, ante el avance de la ultraderecha a nivel mundial, pero particularmente en Estados Unidos debido a nuestra relación colonial, asistimos al desmantelamiento de los derechos civiles, principalmente los de aquellas comunidades que se encuentran en la intersección de raza, género, estatus migratorios, clase social, capacidades, orientación sexual, identidad de género, entre otros. A pesar de los avances en el reconocimiento de los derechos de las personas trans, por ejemplo, como el derecho a cambiar su nombre y sexos en certificados de nacimiento y documentos oficiales, aún enfrentan discriminación generalizada en áreas como el empleo, la vivienda y la atención médica y los derechos conseguidos amenazan con desaparecer.
Ante nuestra mirada incrédula, asistimos también, al secuestro de personas por parte de las autoridades de Inmigración, que a pesar de gozar de ciertas protecciones legales, las políticas de inmigración y las prácticas de aplicación de la ley resultan en la detención, deportación y separación de familias, lo que pone de manifiesto las limitaciones de los derechos civiles frente al poder del Estado y las narrativas xenófobas, la negación de la identidad y existencia de las personas trans, la persecución política de estudiantes y profesoras y profesores por expresarse libremente, la eliminación de programas dirigidos a la equidad racial y a la equidad de género. Esto nos dice que aunque la lucha por el reconocimiento de los derechos aunque adelantaron la inclusión, no transformaron el sistema opresivo que privilegia la supremacía blanca, la dominación masculina, el colonialismo, el capital, la heterosexualidad, las identidades binarias, y que no reconoce las divergencias en capacidades físicas e intelectuales, en las que están cimentadas el Estado en general y el Estado liberal en particular. Ejes que, además, construyeron una noción colonial de civilidad para determinar a qué grupos sí y a cuáles no, le asistía el manto protector de los derechos civiles. Los mismos que no cobijaban a las personas negras, incluso luego de la abolición de la esclavitud, o aquellos que no se extendían a Puerto Rico por determinación del Congreso o por no considerarse fundamentales. En cierto sentido, como argumenté anteriormente, se nos excluye de la sociedad civil, una sociedad civil que se construye al amparo de la exclusión, y mientras enfocamos nuestra energía en ser incluidos en la institucionalidad, el Estado, como organización inherentemente opresiva fortalece sus sistemas de exclusión.
Por eso, valdría la pena pensar si debemos redirigir nuestros esfuerzos a la transformación del sistema y no a conseguir acomodos en forma de derechos dentros de él, al fin y al cabo, si hay algo que queda claro hoy es los derechos son tan frágiles como la construcción de la masculinidad blanca. En ese sentido, ya sé la pregunta que sé que viene, cómo logramos esto, les defraudaré diciendo que no tengo la respuesta, es algo que debemos descubrir juntes, en comunidad, lo que sí he aprendido, y aquí el crédito es de adrienne mareen brown es que la transformación es fractal, que la historia nos dice que lo grande es reflejo de lo pequeño, que los grandes movimientos se construyen como reflejo de pequeñas acciones, y que nos toca practicar juntes, retener lo que nos funciona, cambiar lo que no nos funciona, adaptarnos, ser flexibles, y seguir.
El Estado no está diseñado para incluir, por definición es una organización excluyente, en ese sentido, nos toca decidir si queremos seguir organizades dentro de una organización excluyente, o, en cambio, queremos comunidades inclusivas, autogobernadas, realmente democráticas, donde el apoyo mutuo y no la supremacía sea la base de ese autogobierno, donde el sostenimiento mutuo reemplace el capital y la liberación colectiva sustituya las jerarquías y el control. Comunidades donde los derechos no sean necesarios porque nadie es dispensable o descartable y donde el reconocimiento de nuestra humanidad nos enlaza con la humanidad de les otres.
Sí, lo confieso, sueño un mundo donde no necesitemos derechos y estoy convencida que lo podemos construir, lo sé, porque lo estamos haciendo todos los días.
Muchas Gracias
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